sábado, 12 de diciembre de 2015

Percepción particular

Hay una afirmación por excelencia que nutre de paz al ser humano. "Esta es mi casa". No hablo de propiedades, sino del hogar. Externo e interno. En la explotación de esta fuente segura de calma ha girado la historia de la humanidad, las guerras. Internas y externas. A partir de ahí, hoy en día, uno decide a quién votar, en función de dónde cree uno que está su morada y en la proporción de personas que no disponen de una. También en el lugar donde uno ubica la amenaza de perderlo, también donde se extravia el corazón. Y así, uno no sabe si vota él o vota su percepción. Del grado de conciencia de esto último depende la manipulación a la que uno se somete, o lo cerca que está de no perder su casa, o lo lejos que está de aquellos que no la tienen.
Mientras tanto, en una linea de metro que prefiero no nombrar, uno rememora la historia; no existen asientos en función del fototipo -palabra que aprendí hace poco- pero tal vez algún tipo de memoria perceptual nos ubica en los vagones. Una aprende que solo con dirigirse hacia el final hay más sitio, donde los niños son "churumbeles" (que gritan, ensucian, molestan; a quienes algunos sonrien porque saben que su intercambio solo durará unos minutos), cabizbajos cansancios y bolsas repletas del Primark, de esas que no necesitan ni falsificación mantera. Ya llevan implícita la miseria y la esclavitud, la estética uniformada de los suburbios sin bohemia. Pobres sobre pobres. Tal vez es solo una percepción, particular, condicionada, sentimental y cambiante.
De vez en cuando algún portador de roído abrigo -tan roto que casi pareciera uniforme- se recorre la distancia entre los que bajan en zona turística y los que vuelven a casa. Y cada uno se refleja en él en función de su miedo o percepción particular. Llega el metro a su destino, también hay periferia en la periferia, donde los hogares fueron creados para no serlo. De donde nuestro cerebro animal, que solo tarda catorce segundos en conformar un prejuicio hacia alguien, desea escapar. Hay destinos y caminos en una misma estación y cientos de elecciones y callejones sin salida. Uno a veces se vuelve aristocrático mientras burbujas de confusiones le devuelven a la calle. Y solo una pregunta: "¿dónde está tu hogar"?

sábado, 26 de septiembre de 2015

PROHIBIDO

Van a prohibir fumar en la playa; espero que también prohíban a aquellos que dejan latas vacías y cristales rotos para deleite de nuestros pies.

Fumar es malo pero las tabacaleras y el estado no tienen la culpa, de ahí su impunidad a los excesos de sus ciudadanos. Ellos solo ponen a disposición del pecado el árbol del fruto prohibido y uno puede elegir. Imagino que los políticos que veranean en sus yates tirarán sus colillas al mar, mientras nosotros, abstemios en la arena, somos felices soñando con un horizonte.

Creo que cada uno debería plantear al parlamento su propia prohibición. Yo, por ejemplo, odio el olor a fritanga, es grotesco y destila colesterol. También me molesta el ruido, la gente que habla alto para que escuches lo que dicen, aunque éstos en verdad me dan un poco de pena. Conozco mucha gente que grita con sonidos o con gestos y sé que es su ego clamando  reconocimiento, aún así, me irritan. El silencio es algo que ya nadie sabe practicar aunque solo en tu casa, callado, al menos, puedes fumar.

Pero yendo al caso, me parece bien que prohíban fumar en la playa, es un espacio natural lleno de papeles de bocadillo y compresas flotando de las personas que aún no han aprendido que no se tiran al váter de sus casas. Lleno de gente que coge el coche para recorrer cinco kilómetros porque el transporte público le pesa aunque esté libre de humo.
Me fascina el ser humano y cómo nos tranquilizan las prohibiciones, como el niño que necesita límites para construirse una visión del mundo en la que sepa cómo ha de comportarse. El ser humano no aprende con el refuerzo positivo aunque científicamente esté comprobado que debería ser así.

Hace años repartían ceniceros en forma de cucuruchos de plástico y eso era bueno, yo los utilizaba. Estoy deseando que prohíban definitivamente la venta de tabaco, ese día la nicotina caminará de la mano del tráfico de armas y de la prostitución, y ya nadie fumará en la playa ni disparará a nadie ni comprará besos, ni robará roces que no le corresponden. Por fin podremos respirar libres de polución entre el humo de los coches y de las fumigaciones aéreas. Por fin podremos volver a buscar entre los hábitos ajenos algo que nos moleste para crear una nueva ordenanza municipal.

Propongo que lo que se recaude de las multas pase a formar parte del presupuesto destinado al transporte público y pueda viajar en metro sin fumar con el aire acondicionado a toda pastilla pero a un precio razonable. Sé que eso no será tan fácil.

Fotos, rock y oscuridad desvelada







Todas estas personas vinieron a escucharnos en la presentación de la PAE (Plataforma de Adictos a la Escritura). Nosotros somos los que estamos delante, como un grupo de rock en la selfie de final del bolo.

La escritura tal vez empieza con un acto solitario para albergar traiciones, tramar venganzas y huidas al propio mundo. Es un ritual oscuro, una cueva privilegiada a la que acudir cuando todo es extraño.
Es curioso que la palabra, creada para la comunicación, pueda ser tan eficaz en el hecho introspectivo. Llega un día, sin embargo, en que descubres que el número de páginas escritas sobrepasa lo común y vislumbras que el único final posible es que sean leídas. La oscuridad, entonces, proclama una tregua y alarga con su mano temblorosa un fajo de manuscritos al mundo exterior.

Eso sucedió el día 16 de septiembre de 2015. Nueve noches escritas salieron a un escenario donde muchos sueños callados alzaron su primer vuelo.

Seguirá lo privado caminando de lo común, esperando alcanzar en papel tantas soledades con palabras, porque en eso radica la literatura.

martes, 8 de septiembre de 2015

Antic coliseu


Sóc al coliseu d’una vida
que emmiralla una sonata
de deliris de tragèdia,
espurnes de suspicàcia.

Sóc al coliseu d’una vida
que emmiralla una sonata
de trossos d’encenalls i ferro,
de fils que cusen sabates.

Sóc al coliseu d’una vida
que emmiralla una sonata
de pobres treballant al salí,
posseïts per coses, amb gana.

Sóc al coliseu d’una vida
que emmiralla una sonata
amb grises sines segades
per rudes roques i arcades.

Sóc al coliseu d’una vida
que emmiralla una sonata
on els silencis no entesos
profetitzen les paraules.

Espiral canta la veu
escalant tota suada
i Tremolor tram a tram
trepitja cada trencada.
Espiral
assolella escenes.
Tremolor
trafica ja tendre.

Sóc la sonata al mirall
que deixa el coliseu en cendres.

martes, 11 de agosto de 2015

Homenaje a Pablo Neruda

150 Poesías. Homenaje a Pablo Neruda. Editorial Artgerust.
Incluye un poema de mi autoría.



16 DE SEPTIEMBRE

El 16 de septiembre de 2015, en El Corte Inglés de Portal de l'Àngel, diez escritores y escritoras estaremos hablando de literatura, presentando proyectos y pasando una tarde muy especial.


lunes, 27 de julio de 2015

Metralla

Uno debería escribirlo todo, páginas y páginas manuscritas donde la tinta fuera la simiente de un exorcismo. Para que ningún pensamiento acabara sus días enmarañado en la compleja red sináptica de la tristeza, o en la del miedo.

Transformarse en trazo, mil veces antes que hablar, que aprovechar la gratuidad veloz de la lengua; antes, incluso, del momento ya crítico en que las palabras se agolpan en la traquea, retenidas como bola de carne cuyos filamentos pugnan por alcanzar el pecho, clamando por salir de ese encierro que abrasa.

Uno, entonces, debería adelantarse al impulso y escribirlo siempre todo.
Ejercitarse en la veloz tarea de retener el concepto sin aguantar la respiración, de tener la sangre fría y la valentía de mirar fijamente a los ojos del lobo, encarnado en sus múltiples formas.
Uno debería poder, al escribir, aniquilarlo.

Uno debería poder ser pacífico y aplicar una justicia elegante, un descaro ficticio, una santa venganza, una heroica hazaña para salir victorioso del ataque de las fieras.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Balcones

Han vuelto los camiones de butano a los barrios, se une su tintineo al del afilador que sí, aún transita por la periferia junto al tapicero ambulante que clama por el megáfono a las amas de casa inexistentes, porque ya nadie sabe qué secretos alberga cada hogar tras los balcones, desempleados escondidos, avergonzados, y algunas cajas de mudanza que no acabarán de llenarse por la rabia. Y en este punto, lo de menos es el mensaje sexista del vendedor de ajos o la podredumbre que destila el órgano a cuyo ritmo sube la cabra la escalera.

Pero ha vuelto el camión del butano, durante unos años se transfiguró en carro de cuatro bombonas. Pero hoy lo he visto, tan grande como cuando yo salía a recibirlo y me daba vergüenza lanzar el grito inmundo. La vecina llamando al butanero, piso y puerta voz en grito, y ella tenía gas, yo lo sé. Fuera de los suburbios todo es más llano, políticamente correcto, pausado, ordenado y lleno de formularios. Pero en la calle gris donde la corriente de aire es más grave y los perros saltan sobre los semáforos caídos las heridas se muestran abiertas.

Dentro de muchas casas crecieron universitarios, se dieron clases, se cosieron letras, se barnizaron sueños. Y hoy, poco a poco, uno vuelve a ver recortadas las alas de aquel futuro que parecía tan lejos pero tan bello.

Parece que la humanidad avanza a ritmo de desenredar lo alcanzado, y los pasos se vuelven tan lentos que uno parece caminar hacia atrás. Y en ese punto las desilusiones duelen por triplicado, creciendo al mismo ritmo exponencial que el tamaño del transporte de butano a los bloques.

Luego están los niños, que duelen más que lo propio, y algunos cúmulos de incomprensión humana que uno ha aprendido a ver bajo una luz diferente. Y así, poco a poco, uno va fraguando su ideología, su opción, al tiempo que abandona las creencias que no le sirvieron, y donde las campanadas de la iglesia no le resultan distinguibles de los nuevos ritmos que interpretan los butaneros.





martes, 3 de febrero de 2015

Four seasons


Puede que febrero sea ese mes en el que no creer en nada, ni en la cuesta de enero, la escasez, ni en las recién abandonadas navidades, la candelaria en desuso, y este año alargada por la falta de tiempo para barrer el musgo que caiga en el suelo; a la vista aparece la semana santa, y en medio, los carnavales. Entonces, me corrijo, febrero sí tiene fecha especial, algo que esperar, algo en lo que situar los esfuerzos para fragmentar el tiempo vital en porciones asequibles para la mente. Todos los meses la tienen, la fecha, para no sentir el lento devenir de la existencia, qué lástima, qué pérdida; no darse cuenta de que si dejásemos de contar se detendrían los años y las arrugas, el cansancio, el mirar atrás o hacia adelante, el detenerse lentamente a escribir unas memorias a fuego lento en el presente calor de la presente hoguera. Parar de contar, aniversarios, día de la paz inexistente, día de la no violencia, día contra el olvido, celebrar las ausencias y hacer evidente cada mes del calendario algún aniversario recuerdo del paso de los años. Nos pasamos la vida contando las horas, leyendo sobre cómo vivir, comiendo cosas para no morir. Y febrero, que tiene veintiocho días, parecía un mes vulgar hasta que me he acordado de los carnavales. Y dirán que es bonito celebrar las cosas, y que siempre haya algo que esperar. Y es cierto, porque a estas alturas de la historia de la miseria y del hambre habrá muchas personas que no pueden esperar nada personal; y es ahí donde lo colectivo hace su aparición... En los carnavales, en la navidad, en la semana santa. Y todo es siempre muy luminoso, incluso crucificar al Cristo se llena de faralaes. Y todos queremos tener un disfraz, y que nadie nos lo quite los días que restan del año. Todo está dirigido culturalmente, y me pregunto, solo me cuestiono, si sigue habiendo espacio para el silencio, para atravesar los días sin mirar el calendario, como un animal o como un árbol, viviendo la salida y la puesta del sol como única meta de la existencia. Qué pobre, qué austero nos parece, qué involución cultural, y sin embargo, vivimos en la auténtica imposibilidad de vivir el momento presente mientras esperamos que llegue el día seis para abrir los regalos, el día trece para cambiarnos la máscara, abril para redimir los pecados en ofertas de viajes con todo, mayo para la madre, el obrero y los vestidos blancos, y luego… luego el verano y la playa. Todo tan dirigido, todo tan previsible. Y mientras tanto, sin esperarlo, mañana desahuciarán a alguna familia, en el día más frío del año; sin fecha esperada, sin ganas de carnavales.

Febrero es un mes corto, inocente y mágico, veintiocho días son los necesarios para construir un nuevo hábito, veintiún gramos pierde el cerebro en el primer instante de la muerte y yo creí que eran más, sobre la veintena los días del ciclo menstrual, veintiocho en el inocente diciembre; y aun así, hay gente rebelde que nació un veintinueve de febrero. Y existen.

Y uno fragmenta los textos para ponerles punto y final y se lanza a preparar los carnavales mientras piensa en realizar un día la locura de atravesar el calendario sin celebrar una sola fecha que no provenga de su propia conciencia de árbol, de terrenal presencia salvaje, descontextualizada, desculturalizada, virgen, sin posibilidad de desahucio.