Sentada en un banco frente a él, la joven de largo cabello
castaño, contemplaba sus uñas descuidadas. Creía que no valía la pena pintarlas
para ir a trabajar, aunque, esa mañana, de modo excepcional, llevaba carmín en
los labios.
Cada día
cogían el mismo tren. Sabía a cuántas personas les sucedía lo mismo, ver a
alguien entre la multitud, reconocerlo, y nunca decir nada. Hay infinitos amores de trayecto. Él nunca la miraba,
y ella tan solo lo hacía cuando creía no ser vista. En el vagón, una pantalla
se convertía en coartada perfecta para girar el rostro.
Pero
aquella mañana, se atrevió a sonreírle. Algo en la cara de él se convirtió en
el preludio de algún tipo de respuesta, una sorpresa en sus ojos, o incluso el
esbozo de media cortesía. Sin embargo, una noticia en la pantalla llamó su
atención.
“S.J. es la
mujer viva más atractiva del mundo”
Él fijó su
vista en la imagen, y ella desvió su mirada para curiosear. Creyó que estarían
anunciando algo sorprendente. Leyó el titular. “S.J. ES LA MUJER VIVA MÁS
ATRACTIVA DEL MUNDO”, esta vez con letras grandes. Lo miró a él, que se
encontraba abstraído, y comprendió.
Sacó un
pañuelo de papel y borró su carmín al tiempo que se dispuso a levantarse y
alejarse por el pasillo. Dudó de la realidad, y deseó romper el vidrio del
televisor.
A su lado, una bella muchacha india le colocaba el abrigo a su
hijito, más allá, otra mujer, que en su juventud debió ser hermosa, untaba crema
en sus manos castigadas por la lejía. Pensó si acaso no eran atractivas, dudó
si acaso no estaban vivas.
Tras la noticia, él volvió al vagón, y, enfrente, ella ya no
estaba.
La vio alejarse, pensó que era más bonita que S.J. y que el
carmín que llevaba aquella mañana la hacía irresistible y graciosa.
En la pantalla anunciaban una máquina de café. Pensó que si él
fuera como el actor protagonista se habría atrevido a sonreírla.