Te rescataría del fondo oscuro marino
de la colcha de cama
cuando tuvieras fiebre.
Y el mundo se detendría
en los cientos de aromas a puchero
mezclando los recuerdos para resumirlos en uno,
como el mandamiento del amor.
La belleza residiría en la piel sin maquillaje
y la inocencia resurgiría
tras las capas de sueño.
Uno a uno los desvelos
deshojarían las arrugas del miedo
en la paz de los fogones
y el hogar
permanecería eterno
en el calor del presente.
Permanecería secuestrada en las horas perdidas,
sin descanso ni playa,
tal vez hasta las diez.
En la disciplina aplazada,
en los peldaños pendientes
de mi propia liberación.
Bajaría la guardia y de nuevo
el celador derribaría los muros
endebles.
Atrapada,
al renovar los votos de la vida
aceptaría la imperfección de la inmortalidad