martes, 22 de agosto de 2017

Quién muere en el asfalto



El mundo es tan complejo que la mayor parte del tiempo lo dedico a tratar de entender, simplemente, la porción de universo que habita en mí, eso ya es mucho trabajo. Porque en mí también habita el odio, el apego, la desesperanza y el miedo, emociones peligrosas que llevan a la violencia y a la muerte sin retorno. Trato de ser cauta, mantengo largos silencios porque a veces no estoy segura. Aún no he llorado, creo, y como todos, pervive esa congoja en el fondo de nuestros ojos. Y sé que quienes han llorado, lo han hecho por la barbarie global. Y están los que cayeron. Y la madre, el padre y la hermana. También están, no lo olvidemos nunca, los que no mueren en el asfalto. Y aquellos que eran queridos y algo les apartó.

El año pasado por estas fechas, andaba confiada como cuando se camina descalzo por la orilla de la playa, en la indefensión de la paz, pero en el televisor había noticias de muerte, venían de lejos. Caían bombas y los niños corrían en una ciudad en ruinas. Lo escribí y lo olvidé, por desgracia. También mueren en el mar, morimos en muchas partes.

En julio había paseado por la Rambla de Barcelona, estrenando el verano y aspirando el olor de una libertad pequeña, la misma que aquellos que huyen vienen a buscar, porque tienen derecho a vivir. Hoy he leído que acoger refugiados no produce terroristas, la guerra produce refugiados. El mundo cambia continuamente y no lo entiendo todo.

Me permití un largo paseo.

En el Bar Canaletas, que ya no existe, sucedió una parte importante de la historia de mi familia. Por eso y por más cosas amo ese lugar precioso, escenario de muchos momentos de mi vida, Barcelona es tan bella… sí, lo es. Cada hombre y cada mujer ama el lugar donde nació o vivió.

Siempre he sido consciente de la fortuna de vivir en un lugar en paz; temerosa, eso sí, de los cientos de miedos con que nos alimenta el capitalismo.

Los silencios.

Silencio por las familias de religión musulmana que conozco, por los adolescentes y jóvenes, son como tú y como yo en muchos aspectos. Cómo saber por qué rendija se coló el odio y en qué forma lo hizo… El horror solo tiene un rostro, se alimenta del pequeño, de la ausencia de sentido en pro del sentido de la demencia.

A ratos siento una especie de vergüenza por sentir más dolor que otras veces y entonces retengo el recuerdo de mi mano sobre el suelo caliente de la Rambla, cuando me senté allí hace dos días, presenciando la compasión que habitaba desde el alma más profunda, al lado de incontables orígenes distintos y llevar la paz, porque el odio, en cualquiera de sus formas, es el complemento perfecto para que el terror crezca.

Si acaso he de señalar a alguien, no será al que comparte mi misma calle, sea de donde sea, sino allí donde sus silencios y sus negocios asesinos, y algo que se escapa de nuestro entendimiento, son más peligrosos que nuestra rabia, que el increíble repudio a la lengua que también hemos vivido perplejos. Y renuncio a cualquier tipo de fascismo. Amo la Barcelona que en minutos fue tan oscura como en aquellos años de la historia. Ni una sola emoción digna de alimentar que no sea la compasión. Yo no lo entiendo todo, pero sí que entiendo, igual que tú, lo que es el amor y lo que es el odio. Y cuál de ellos alimenta a la bestia.

El mundo es tan complejo que la mayor parte del tiempo lo dedico a tratar de entender, simplemente, la porción de universo que habita en mí.