jueves, 14 de abril de 2011

Tangos de madriguera

Aquella noche decidió acabar con la maldición.

Llegaría a casa, prepararía la cena con la pasión de un tango, y aderezaría la ensalada con especias de Oriente. Y siguiendo descalza ese ritmo lánguido y convencido, se adentraría en su habitación a escribir.
Era la hora de las cartas de amor, de los pergaminos con pluma, del mensaje en una flecha o la linterna intermitente.
Iba a vivir como un árbol, o un vencejo, o como ambos.
-Apaga y vámonos -se dijo.
Apagó el candil y, flotando en su bicicleta, regresó a casa.
-Vivir al ritmo de la vida -se repetía.

Desde que se fue la luz había alternadores por todos lados, y trabajadores pedaleando para que a nadie le faltara ese bien ansiado. Pero la especie humana seguía dividida entre el que copula y el que limpia la madriguera.

Llegó a casa. Se olvidó del tango, de las especias, del candil.

Leyó una frase de Pablo Neruda.
Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y esa, solo esa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas.