lunes, 27 de febrero de 2017

LA NOCHE QUE SOÑÉ CON CORTÁZAR


Desperté.

No sé si de día o de noche.

Tú, sentado junto a la puerta del balcón.

Sereno, pacífico,

estabas muerto. 

Eras tu espíritu.

Sobre el viejo secreter negro,

evocación moderna de lo antiguo

como me gustan a mí los objetos

aunque muchos de ellos jamás habría tenido

de haber nacido antes

                          pobre,

porque pobre sería,

porque aristocráticos son los camafeos y encajes.

En el pasado serían harapos marrones de ásperas telas,

tal vez azules, tal vez etéreas.



Pero vuelvo al secreter y al fajo de cuartillas

que allí depositaste

aunque no recuerdo si en verdad eran mías

en esa moderna funda

que reduce a breves nomenclaturas

los lugares del mundo

que no hay rayuela que una.

Porque ya nada encaja

y el tiempo se precipita vertiginoso

hacia una nueva etapa

en la que pasado y futuro son uno

y eclosionarán como lo hicieron sus manos

en mis pechos, por sorpresa

la noche que soñé con Cortázar.



Sentado junto a la puerta del balcón.

Sereno, pacífico, eras tu espíritu.



Me posé en tus rodillas,

cual mariposa inocente,

de espaldas a su regazo,

a su rostro intuido.

Íbamos a leer

sobre mi camisón de seda, blanco

que fue descomponiéndose

para convertirse en pijama

de algodón, blanco,

Y sin saber los motivos

llevé tus manos a mis senos

y sin protestar

masajeaste con un erotismo

desconocido en mi vigilia

y me excité cual mariposa posada

en el sueño victoriano

de una sencilla silla.

Tal vez gemí, sobre los folios

que olvidamos como quien ignora

en el sexo la poesía.

Y desperté

sobre su regazo, en la silla.



Cuando apareció, en la noche,

me limité a sentir

en mi sexo tus firmes manos

Sereno, tu espíritu.

La noche que soñé con Cortázar.