miércoles, 1 de noviembre de 2017

Astenia

Me adentro en el otoño que está resultando remolón, tardío, frío y caluroso con intervalos de un resfriado impertinente. Me adentro en el duelo del verano ya ausente. Me respeto en este tránsito lento mientras escribo y leo y miro al horizonte de los sueños. No me importa ir despacio, así se fragua la existencia, con períodos de cansancio mientras se preparan las flores a encerrarse en su letargo, mientras las dudas y el trabajo retrasan las palabras anotadas en libretas para extenderse, arraigarse y expandir la lengua con todo lo no dicho, con tantas historias fruto de heridas y locuras, con tantas nostalgias y ganas de vivir. 

Caen las hojas que no caen mientras he reflexionado tanto sobre lo que hemos vivido que me hastía expresarlo, lo político que inunda cada uno de nuestros pasos, las horas de trabajo en que la vida, a veces, se interrumpe. Suerte de los sueños jóvenes, suerte del futuro, y lástima de las normas sin sentido. Me adentro en un proyecto vital despacio, sin importarme lo que digan, porque mi vida es mía, y suelo derrochar amor por donde paso, y si no lo hago, se me pasa pronto. Me doy cuenta que tal vez me he mimetizado con el eje de la tierra cambiante o con el cambio climático y sus efectos en nosotros. Me doy cuenta de que el ansia incumple los horarios para hacer lo que uno ama y para amar en la lucha, que hace tiempo que en verdad no lucho y cogería la precariedad laboral, los desahucios y todas las palabras corruptas que algún tipo de neolengua nos ha hecho aceptar con la normalidad de un anuncio y los pondría en primer lugar en la cola de manuscritos de una nueva editorial. 

No he felicitado a las brujas, ni he hablado con los muertos, ni flores ni máscaras. He saltado por encima de las baldosas y tan solo, si algo he hecho, es creer que la muerte no existe pero sí los olvidados. O tal vez, solo me estoy entrenando para creer en ello. Ojalá.


Me reservo, en la maraña de hojas y libretas desordenadas, para el momento en que se asiente este otoño frío, caluroso e impertinente.

domingo, 22 de octubre de 2017

Lícita



Es humana esta cueva en que la confusión sobre el orden de las cosas me hace permanecer en silencio cuando nadie debería estar callado.

Es lícita la rabia acumulada por la injusticia de hace tiempo.

No poseer la historia

ni el fervor, tan solo la herida de la periferia

que confunde hasta lo que quisiera decir.



La inseguridad-infantilismo-vergüenza, el no querer habitar en el mundo.

La herida del patriarcado en mí, sí, lo digo, que está, y a veces me sumerjo en ella a conciencia,

relegándome al espacio de lo privado

con toda mi sabiduría y mi valentía, sí, existe,

oprimiéndola yo misma en un ensueño que añade otra carga en mis hombros,

amordazándome por el puro cansancio.



Cobarde, no pierdas la oportunidad de vivir.



Es lícita la libertad del pueblo-manos trabajadoras.

-hay quien nunca ha dejado de luchar desde abajo



y siempre serán a quienes rompan la cara.

martes, 22 de agosto de 2017

Quién muere en el asfalto



El mundo es tan complejo que la mayor parte del tiempo lo dedico a tratar de entender, simplemente, la porción de universo que habita en mí, eso ya es mucho trabajo. Porque en mí también habita el odio, el apego, la desesperanza y el miedo, emociones peligrosas que llevan a la violencia y a la muerte sin retorno. Trato de ser cauta, mantengo largos silencios porque a veces no estoy segura. Aún no he llorado, creo, y como todos, pervive esa congoja en el fondo de nuestros ojos. Y sé que quienes han llorado, lo han hecho por la barbarie global. Y están los que cayeron. Y la madre, el padre y la hermana. También están, no lo olvidemos nunca, los que no mueren en el asfalto. Y aquellos que eran queridos y algo les apartó.

El año pasado por estas fechas, andaba confiada como cuando se camina descalzo por la orilla de la playa, en la indefensión de la paz, pero en el televisor había noticias de muerte, venían de lejos. Caían bombas y los niños corrían en una ciudad en ruinas. Lo escribí y lo olvidé, por desgracia. También mueren en el mar, morimos en muchas partes.

En julio había paseado por la Rambla de Barcelona, estrenando el verano y aspirando el olor de una libertad pequeña, la misma que aquellos que huyen vienen a buscar, porque tienen derecho a vivir. Hoy he leído que acoger refugiados no produce terroristas, la guerra produce refugiados. El mundo cambia continuamente y no lo entiendo todo.

Me permití un largo paseo.

En el Bar Canaletas, que ya no existe, sucedió una parte importante de la historia de mi familia. Por eso y por más cosas amo ese lugar precioso, escenario de muchos momentos de mi vida, Barcelona es tan bella… sí, lo es. Cada hombre y cada mujer ama el lugar donde nació o vivió.

Siempre he sido consciente de la fortuna de vivir en un lugar en paz; temerosa, eso sí, de los cientos de miedos con que nos alimenta el capitalismo.

Los silencios.

Silencio por las familias de religión musulmana que conozco, por los adolescentes y jóvenes, son como tú y como yo en muchos aspectos. Cómo saber por qué rendija se coló el odio y en qué forma lo hizo… El horror solo tiene un rostro, se alimenta del pequeño, de la ausencia de sentido en pro del sentido de la demencia.

A ratos siento una especie de vergüenza por sentir más dolor que otras veces y entonces retengo el recuerdo de mi mano sobre el suelo caliente de la Rambla, cuando me senté allí hace dos días, presenciando la compasión que habitaba desde el alma más profunda, al lado de incontables orígenes distintos y llevar la paz, porque el odio, en cualquiera de sus formas, es el complemento perfecto para que el terror crezca.

Si acaso he de señalar a alguien, no será al que comparte mi misma calle, sea de donde sea, sino allí donde sus silencios y sus negocios asesinos, y algo que se escapa de nuestro entendimiento, son más peligrosos que nuestra rabia, que el increíble repudio a la lengua que también hemos vivido perplejos. Y renuncio a cualquier tipo de fascismo. Amo la Barcelona que en minutos fue tan oscura como en aquellos años de la historia. Ni una sola emoción digna de alimentar que no sea la compasión. Yo no lo entiendo todo, pero sí que entiendo, igual que tú, lo que es el amor y lo que es el odio. Y cuál de ellos alimenta a la bestia.

El mundo es tan complejo que la mayor parte del tiempo lo dedico a tratar de entender, simplemente, la porción de universo que habita en mí.



lunes, 24 de julio de 2017

También aquí

También aquí hay mar,
entre los arbustos de este cambio
que a mí se me antoja exilio.
El mar que era bicicleta y descampado
antes de la burbuja
y el fórum de la guerra entre culturas,
con su muro de la vergüenza
ocultando las colmenas.

El estigma.

También aquí hay mar,
en la desembocadura del río
y en los huertos, fusilados
por el ansia inmobiliaria.
En la playa inexistente
que obviaba un fragmento de costa.
En medio, tres chimeneas.

La periferia.

También aquí hay mar,
el que se avistó desde un tren
de memoria.
Y en las carencias,
transformadas en recursos
tras una lucha lejana.

Barrio dormitorio.


Estigma-periferia-barrio dormitorio
es hoy habitación a quince minutos de la playa.
La pequeña línea azul, que aliviaba la ausencia de mar en los días laborables,
es hoy alojamiento con vistas.

Estigma-periferia-barrio dormitorio,
donde llegaron los obreros a fabricar más obreros
es hoy la casa de quien explota su propia historia,
relegando a los hijos del trabajo
a emigrar a los arbustos,
a renunciar al compromiso del lugar donde crecimos.

Barrio dormitorio
es hoy hotel de lujo.

Estigma periferia
es hoy habitación a quince minutos de la playa.

Y ahora, desde los arbustos,
aunque también aquí hay mar,
acuso a los
hipócritas que se alojan
en el lugar al que nunca habrían querido pertenecer.
También a quienes explotan la historia
de su propia condición
cuando desde un hotel de lujo
alguien capitaliza la certeza
de que también aquí hay mar.





Fotografía: Les tres xemeneies des de Collserola.
Maite Doñágueda

lunes, 1 de mayo de 2017

ABRIL Y MAYO



Desde hace varios días, me emociono de improviso, con el fundamento de un verso dirigido a una madre; la madre que cosió el alma rota a máquina, delantal en mano. Un puchero desfigurado purga contra la sonrisa y no es triste, es vida conmovida.

Desde hace varios días.

Un indicio de humanismo en una película de acción, todas las pequeñas muertes o el rostro de un recién nacido, cualquier fortaleza que esconde la indefensión.

Y las luchas en la calle, agotadas en una apatía estática, en un reloj estéril, me encienden en un minuto cuando voces desgarradas llaman a la huelga. Y se me saltan las lágrimas con las ilusiones y las voces del desamparo que nos corroe, con ese estar debajo en el subsuelo remangado de la lucha de clases. Con esa tierra que pisamos tratando de asaltar el palacio del ladrón, el que convierte las jornadas de trabajo en recuento de horas fraccionadas para llegar, un día, a formar una familia.

Desde hace varios días, las lágrimas riegan el cemento, no es árida la emoción que prepara un camino, el retorno a las plazas de la esperanza cuando todo iba a cambiar.

Desde hace varios días, reconozco el prejuicio como quien dice, a la legua, pero viva y en fértil resurgir ya no me arrastra la desesperanza de los días nublados, y ningún amor carcelario me paraliza.



Desde hace varios días, quiero reconfigurar el tiempo y las certezas, y no dejar morir en vano ni una sola lágrima.

domingo, 9 de abril de 2017

Propósito de enmienda

Tal vez debería desdecir las palabras de poeta;
ser irreverente, como dije no serlo.
Irreverencia a modo de sable,
de armadura de pétalos
que resistan al viento.

Desmentir la paz,
abandonar la nobleza.
Entender, como el niño a quien trato de explicarle
que no todo el mundo es bueno,
que no es tan fácil ser frágil.

¿Tan solo ser?
Esa verdad conlleva la consecuencia
de defensa del territorio
como hacen las naciones.
De proteger mi sol y mi playa
cuando necesito habitarlas.

Con labores y quehaceres
abandonarlo todo
porque la vida es corta
y la paz dura un segundo.

Tal vez debería desdecir las palabras de poeta;
ser irreverente
y preparar un nuevo verso
en el que el sable produzca sangre
porque a veces es necesaria para salvar la propia vida.

martes, 14 de marzo de 2017

Que somos río



Algunos días regreso caminando.

Porque andar ayuda a dejar atrás la jornada, y mientras permanezco pienso en la huida; transgresor escondite es el andar, intangible, esquivo e impregnado de alma. Nadie puede encontrarte.

Tú, solo tú eres.

Y antes de llegar al río percibo el frescor; a veces, envuelta en la duda temo que proceda de algún lugar artificial, tal vez una mole de hierro que expulse un aire gélido, casi metálico, frío.

Pero es tan amplio que no puede ser otro que el río.

Tal vez la hierba recién cortada o el agua clorada del riego.

Pero no, es tan sincero que no puede ser otro que el río.

Y llego a la altura y me detengo en las sombras que proyectan los matojos, y los animales esquivando la presencia humana. Y el agua, murmulla sin importarle la hora.


Todo el mundo debería tener agua cerca; un lago, un mar, un lugar donde serenarse, donde olvidar que no somos mentira, que no somos las moles de cemento que nos envuelven, que el aire gélido de la rutina es solo un espejismo.

Que somos tierra, bosque, cielo inabarcable.

Que somos el río caminando.

lunes, 27 de febrero de 2017

LA NOCHE QUE SOÑÉ CON CORTÁZAR


Desperté.

No sé si de día o de noche.

Tú, sentado junto a la puerta del balcón.

Sereno, pacífico,

estabas muerto. 

Eras tu espíritu.

Sobre el viejo secreter negro,

evocación moderna de lo antiguo

como me gustan a mí los objetos

aunque muchos de ellos jamás habría tenido

de haber nacido antes

                          pobre,

porque pobre sería,

porque aristocráticos son los camafeos y encajes.

En el pasado serían harapos marrones de ásperas telas,

tal vez azules, tal vez etéreas.



Pero vuelvo al secreter y al fajo de cuartillas

que allí depositaste

aunque no recuerdo si en verdad eran mías

en esa moderna funda

que reduce a breves nomenclaturas

los lugares del mundo

que no hay rayuela que una.

Porque ya nada encaja

y el tiempo se precipita vertiginoso

hacia una nueva etapa

en la que pasado y futuro son uno

y eclosionarán como lo hicieron sus manos

en mis pechos, por sorpresa

la noche que soñé con Cortázar.



Sentado junto a la puerta del balcón.

Sereno, pacífico, eras tu espíritu.



Me posé en tus rodillas,

cual mariposa inocente,

de espaldas a su regazo,

a su rostro intuido.

Íbamos a leer

sobre mi camisón de seda, blanco

que fue descomponiéndose

para convertirse en pijama

de algodón, blanco,

Y sin saber los motivos

llevé tus manos a mis senos

y sin protestar

masajeaste con un erotismo

desconocido en mi vigilia

y me excité cual mariposa posada

en el sueño victoriano

de una sencilla silla.

Tal vez gemí, sobre los folios

que olvidamos como quien ignora

en el sexo la poesía.

Y desperté

sobre su regazo, en la silla.



Cuando apareció, en la noche,

me limité a sentir

en mi sexo tus firmes manos

Sereno, tu espíritu.

La noche que soñé con Cortázar.



domingo, 8 de enero de 2017

Debilidad

Querrán detenerme si digo que te echo de menos,
que necesito pintar hectáreas con sueños que solo sean nuestros,
que entenderé las incursiones y asombros del exterior,
los viajes y las jornadas,
las noches que se parecen a las de antes,
aquellas frías
en que los miedos aterran tanto
que necesitaría abrazos,
y voces,
y notas,
y un nuevo paisaje irreal al abrir las ventanas,
y un paraíso inmortal.

Y me dirán que me aferro,
y adoptarán un código para penalizar la tristeza,
y castigarán la pasión,
y me prohibirán sentir.

Y querré alcanzar tu voz,
y tendré que moderarme,
y querré fusionarme en tu regazo,
                                 mientras vuelo,
y tendré que ahogar el sentimiento.