No sé si de día o de noche.
Tú, sentado junto a la puerta del balcón.
Sereno, pacífico,
estabas muerto.
Eras tu espíritu.
Sobre el viejo secreter negro,
evocación moderna de lo antiguo
como me gustan a mí los objetos
aunque muchos de ellos jamás habría tenido
de haber nacido antes
pobre,
porque pobre sería,
porque aristocráticos son los camafeos y encajes.
En el pasado serían harapos marrones de ásperas telas,
tal vez azules, tal vez etéreas.
Pero vuelvo al secreter y al fajo de cuartillas
que allí depositaste
aunque no recuerdo si en verdad eran mías
en esa moderna funda
que reduce a breves nomenclaturas
los lugares del mundo
que no hay rayuela que una.
Porque ya nada encaja
y el tiempo se precipita vertiginoso
hacia una nueva etapa
en la que pasado y futuro son uno
y eclosionarán como lo hicieron sus manos
en mis pechos, por sorpresa
la noche que soñé con Cortázar.
Sentado junto a la puerta del balcón.
Sereno, pacífico, eras tu espíritu.
Me posé en tus rodillas,
cual mariposa inocente,
de espaldas a su regazo,
a su rostro intuido.
Íbamos a leer
sobre mi camisón de seda, blanco
que fue descomponiéndose
para convertirse en pijama
de algodón, blanco,
Y sin saber los motivos
llevé tus manos a mis senos
y sin protestar
masajeaste con un erotismo
desconocido en mi vigilia
y me excité cual mariposa posada
en el sueño victoriano
de una sencilla silla.
Tal vez gemí, sobre los folios
que olvidamos como quien ignora
en el sexo la poesía.
Y desperté
sobre su regazo, en la silla.
Cuando apareció, en la noche,
me limité a sentir
en mi sexo tus firmes manos
Sereno, tu espíritu.
La noche que soñé con Cortázar.
Sobre el viejo secreter negro,
evocación moderna de lo antiguo
como me gustan a mí los objetos
aunque muchos de ellos jamás habría tenido
de haber nacido antes
pobre,
porque pobre sería,
porque aristocráticos son los camafeos y encajes.
En el pasado serían harapos marrones de ásperas telas,
tal vez azules, tal vez etéreas.
Pero vuelvo al secreter y al fajo de cuartillas
que allí depositaste
aunque no recuerdo si en verdad eran mías
en esa moderna funda
que reduce a breves nomenclaturas
los lugares del mundo
que no hay rayuela que una.
Porque ya nada encaja
y el tiempo se precipita vertiginoso
hacia una nueva etapa
en la que pasado y futuro son uno
y eclosionarán como lo hicieron sus manos
en mis pechos, por sorpresa
la noche que soñé con Cortázar.
Sentado junto a la puerta del balcón.
Sereno, pacífico, eras tu espíritu.
Me posé en tus rodillas,
cual mariposa inocente,
de espaldas a su regazo,
a su rostro intuido.
Íbamos a leer
sobre mi camisón de seda, blanco
que fue descomponiéndose
para convertirse en pijama
de algodón, blanco,
Y sin saber los motivos
llevé tus manos a mis senos
y sin protestar
masajeaste con un erotismo
desconocido en mi vigilia
y me excité cual mariposa posada
en el sueño victoriano
de una sencilla silla.
Tal vez gemí, sobre los folios
que olvidamos como quien ignora
en el sexo la poesía.
Y desperté
sobre su regazo, en la silla.
Cuando apareció, en la noche,
me limité a sentir
en mi sexo tus firmes manos
Sereno, tu espíritu.
La noche que soñé con Cortázar.
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