viernes, 20 de junio de 2014

SOBRE NINFAS Y CARCASAS

De un tiempo a esta parte la cigarra anda revuelta. Tiene prisa, pero siempre la tuvo. De hecho tuvo tanta que, en su afán por mirar el reloj cual conejo blanco apresurado creía llegar tarde a todas partes. Y lo hacía, eso sí. Se le amontonaban las tareas enredada en la prisa, y los años pasaban, y creía llegar tarde.

Un día cualquiera de lluvia, desplazarse se convirtió... en una tarea penosa para alguien demasiado delgado bajo una envoltura tan gruesa. Su carcasa se había ido fortaleciendo con los asuntos postergados, los designios ajenos, las palabras calladas, los deseos frustrados. La cigarra vagaba por el bosque, y creía llegar tarde. Fue entonces cuando sucedió algo inesperado. Absorta en sus pensamientos tropezó con una rama y su cáscara quedó enganchada abriendo una pequeña hendidura en el tejido semitransparente.

Aterrada, luchó durante horas por reestablecer la membrana, taparla, coserla, cubrirla, no dejar un resquicio que insinuara el ser que albergaba allí oculto. Le asustaba no ser reconocida, pasearse con sus nuevas alas y que alguien le dijera “¿y tú quién eres?” O algo peor aún, que un caminante cualquiera le recordara quién fue, o que un reloj la alertara acerca de la hora.

La cigarra seguía teniendo miedo de mostrarse tal cual era y de llegar tarde a la fiesta de alguna suerte de reina vengativa. Sin saber que no existía tal monarca, y que, por mucho que se opusiera, ya no podría invertir el proceso que, sin retorno, su vaina recién rasgada había iniciado.

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