Apoyado sobre su vieja mesa de trabajo sucedía los cigarros
en su boca como si al aspirar el humo pudiera saborear sus propias promesas
incumplidas.
El sudor que no procedía del amor ni del trabajo, el sueño
no dormido, el despertar no consumado.
Miraba el reloj de pared y en él contemplaba las necesidades
creadas que tanto le habían despistado, así como otros tantos valores en alza
del mundo moderno.
Divagó largamente por un arduo camino deletreando sus
errores.
Tramaba la estrategia de escribirse a sí mismo desde el
futuro, o, quizás invertir el proceso, pronunciar desde el presente las
instrucciones hacia alguien que quisiera ser, o tal vez era, tras el maldito
influjo de Jonás.
Soñaba sentir que todo lo que anhelaba podía pertenecerle,
las notas que un día dejó para más tarde, al igual que se amontonaban los
libros en varios lugares estratégicos.
Trataba de salvar esas líneas
sin remitente y sin conocer el destino. Luchaba por hallar una poción
lingüística, un pensamiento no erróneo, para ese día, quizás para siempre.
Quería ser esa escena, y la recreaba bajo el manto de sus
fantasmas.
A pesar del tiempo, y a pesar del humo, continuaba.
Unas palabras recién escuchadas rondaban su cabeza. Haz lo
que amas o jamás dejará de perseguirte.
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