lunes, 31 de diciembre de 2018

Nos enseñaron


Nos enseñaron a odiarnos en el hacinamiento del metro. Mientras aparcábamos en un desguace nuestros viejos coches, los herederos de las fortunas podían acceder a la Gran Vía en sus flamantes tanques que ocupaban dos carriles. Ya los pobres no contaminaban.

Los trenes, sin embargo, no llegaban a las montañas más hermosas.

Se acababa el año y el silencio del metro en las mañanas, camino del trabajo, continuaría siendo el mismo. La mansedumbre débil de exponerse a algún terror inesperado.

El metro se vaciaba llegando a la periferia y dos chicos negros y sucios, entraban en el vagón, violentos y asustados a partes iguales. Olían a piso de acogida las bolas del lavado de su chándal. El grande abrazaba al pequeño y las gentes al trabajo se enternecían en el abrazo y desconfiaban de los rostros heridos, a partes iguales.

Se abrieron las puertas y un empujón apresurado los separó para buscarse en el andén. Violentos y asustados como todos los habitantes del vagón, se encontraron.

Se acercaba el metro al mar donde la contaminación tiznaba los coches que no dormían en la calle. Les perdí la pista a los chavales.

Alguien me empujó violento para no perder el metro que ya había perdido. Nos enseñaron a odiarnos en la prisa.

Los trenes seguían sin llegar a las montañas más hermosas. El silencio del metro en las mañanas, camino del trabajo, continuaría siendo el mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario