miércoles, 12 de octubre de 2016

La patria del tiempo

Me acabo de comer el primer boniato del año, recién salido del horno, humeante, caramelizado, tal vez no tan dulce como había esperado. Llueve y en el plástico que cubre infructuoso la ropa que no debí haber lavado hoy, se forman burbujas que me hipnotizan. Una flor de jazmín que se opone al final del verano, como tantas veces hago yo, resiste insultante sin dejar de echar brotes. Huele a años setenta, tal vez porque he cogido con gusto la rebeca de lana gorda inspirada en la infancia y porque en la tele dan una película de la época, y recuerdo el papel pintado de las paredes y esos cuellos de las camisas. También por ser fiesta nacional, algo que me parece antiguo, como antiguo el odio, la raza, la invasión. Pero una extraña felicidad que a veces me embriaga por sorpresa cuando la melancolía no protagoniza un día como hoy, me hace pensar cosas infantiles como que los dictadores en general, para ser tan amantes de la pureza, suelen ser bastante feos, o es que ser tan malos los convierte en mostruos. Son cosas que no se si pueden decirse, son cosas que pensaría un niño. Una niña de los setenta, aunque yo los visité solo ocho días antes de la muerte de Elvis. Los días antiguos como hoy escucho música antigua y me atrae el jolgorio de la justicia sin patria, más me atrae sentir que no hay más patria que el tiempo y que este, en verdad, ni tan solo es como imaginamos.


https://www.youtube.com/watch?v=9j1jumnQeSw

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