domingo, 1 de mayo de 2011

Divagación principesca

     Un día quise ser princesa.

Mejor:

     Un día quise casarme con un príncipe.

     - Con uno de verdad, con casa real y familiares de extraña genética.

    Era guapo, porque nunca ninguna inclemencia lo suficientemente eterna, ni externa, había arañado su piel. Amén de una memoria celular bastante limpia era un príncipe muy aburrido. Pero eso no importaba; en un palacio hay muchas cosas para entretenerse.

     Cuando era joven pensaba que ser princesa sería duro para alguien como yo (una revolucionaria, amante del pensamiento crítico y el amor-pasión).
     Pero no existe frustración en estas palabras, aunque lo parezca. Yo aspiro a llegar cansada a la noche. Una princesa toma somníferos porque no hay nada tan aburrido como compartir cama con un príncipe.

     A todo esto, aburrida, me descubrí mirando a hurtadillas un vestido muy caro.  Era blanco y de un tejido imposible. Me lo probé, y si no llega a ser por los guardias, me habría caído redonda al suelo.

     Mi débil corazón de princesa no aguantó tanta presión.
Tras tanta barricada, y muy pocas noches de zapato de tacón, esta súbdita ciudadana, tuvo miedo.


     Así que decidí pasar a otra cosa.
Ahora quería saber qué se sentía cuando te beatificaban.

No hay comentarios:

Publicar un comentario