jueves, 14 de julio de 2016

Principios de julio. Primera parte

Había olvidado las estatuas humanas de La Rambla, aunque olvidar no es la palabra más precisa; de hecho, había acaecido más bien un proceso de economía mental, así funcionan los recuerdos. ¿Para qué tener presentes todos los retazos de memoria? De niños, podemos subir a caballo de cualquier nube porque no nos apremia el reloj, ese que toda la vida había tenido forma de espiral para, de repente, en la edad adulta, convertirse en una carrera contra el tiempo en el que la carne y los cuchicheos se inmiscuyen en la trayectoria, como si todo lo que una vez soñaste ya no importara. Solo lo establecido, solo la biología, solo cualquier forma hostil de hipotecarse. De niños, tampoco tenemos tanto que recordar o que olvidar. Pero aquel día me daba igual todo eso, es lo que ocurre cuando el verano despunta, que las agujas del reloj pierden el norte. Me detuve a contemplar las estatuas humanas y recordé lo importante que fueron cuando era pequeña, porque eran inexplicables y porque, también, me recordaban que la vida no era igual para todos. Tiempo después su contemplación me producía una cierta tristeza hasta este día que narro en que me descubrí sorprendida por aquella especie de Cleopatra y un monstruo de fantasía. No los fotografié porque no tenía pensado darles dinero y de un tiempo a esta parte, respeto mucho el trabajo de los artistas.

Creí que había llegado el momento de marcharme. Algo me detenía y no quería volver aún a casa. ¿Cuánto tiempo hacía que no me había dedicado a vagar por cualquier sitio? Siempre pendiente de la hora. Miré un poco más allá y vi la estatua de Colón y fue como cuando era niña, cuando no sabía nada sobre imperialismo y ni siquiera podía ubicar el continente americano. Desconozco si me hablaron sobre ello en el colegio; de todas formas, en la escuela no se aprende casi nada. A leer y a escribir sí, aunque eso lo habría hecho yo de todas formas. Fue mi abuelo quien me enseñó a multiplicar, del mismo modo que obraba una mágica aritmética con el jabón de estraperlo. Colón era un dedo que salió en una serie. Pensé en el tiempo que hacía que no me acercaba por ahí y algo en mi cerebro removió la memoria para situarme de pronto en un recuerdo, en unos días que duraron años. Mis pies titubearon, además el sol rabiaba y me apabullaba del mismo modo que abría los sentidos. Crucé la calle y sin proponérmelo aterricé en mis dieciséis años. Esa fue la última vez que me senté ahí, casi puedo asegurarlo. Entre dos leones, una conversación adolescente que los tiempos nuevos han borrado. Hablábamos sobre el amor, sobre aislarse, sobre los viajes que íbamos a hacer, mientras mis ojos deambulaban por otros lugares, cercanos, de paseos tranquilos, sin más billete que la divagación. Me reafirmo en que esa es mi afición favorita. Y sospecho que hoy en día, tendría la misma conversación y mi mente viajaría por los mismos lugares.

Continuará, mientras el reloj detiene por unos días lo único importante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario